A lo mejor, cuando Díaz del Castillo escribió esas palabras, en su vejez, su memoria teñía la escena con el brillo de la nostalgia. Pero le sobraban razones para verter una lágrima: su gente no había sido generosa con esa tierra espléndida, y lo sabía bien. Al final del párrafo, agregó de repente una frase muy disonante: “Ahora todo está por el suelo, perdido, que no hay cosa”.