Me tienen en una sala climatizada de proporciones extraordinarias. Se diría que no termina nunca. Las paredes, piso y techo son de pantallas de DD (Definición Definitiva), en las que cada píxel es la unidad más pequeña de una partícula atómica. Gracias a esto, se produce la sensación de realidad total en una sala que va lentamente y en forma permanente cambiando de aspecto. Da un poco de náuseas y a veces tengo que cerrar los ojos para no marearme. Desde que estoy aquí, esperando a Buda, me ha tocado sobrevolar un lago rodeado de colinas y pinos nevados, atravesar un desierto cubierto de paneles solares y orbitar sobre un satélite de Júpiter. Ahora, por suerte, el paisaje es una noche estrellada sin luna, apenas veo mis manos y no sé distinguir el contorno de las cosas.
Una brizna de aire me da en la cara, viene de una puerta que se abre al fondo, a una distancia que no puedo definir. Reconozco de inmediato la silueta de Buda, que entra acompañado de los dos operarios. Solo el sonido seco que producen sus zapatos sobre las pantallas del suelo me hace pensar que