Pero tú no eres especial por haberte leído cuatrocientos libros más que el resto. Tampoco eres especial por haber descubierto una verdad íntima de la existencia humana cuando hiciste aquel viaje a Sudamérica, o la India. Ni, mucho menos, eres especial porque hayas sentido algo inexplicable, espiritual, algo que superaría la comprensión humana, algo que estás convencido que viene de otro mundo. Eres un humano igual que tu insoportable vecino del quinto, ese que siempre se está quejando de todo cuando te lo cruzas en el rellano. Eres un humano igual que ese rey que confundió su mandato simbólico de ser rey con su propia condición personal. Los humanos somos muy parecidos, aunque las pequeñas diferencias arbitrarias que tenemos entre nosotros se usen como una herramienta legitimadora para crear privilegios entre unos y otros, del mismo modo que un portero de discoteca te prohíbe la entrada por llevar un pantalón corto o una camiseta inapropiada.