Cuando dijo que rezaría por mí no estaba bromeando: ahora iba a misa cada día para rezar por mí, para pedir a Dios que yo volviera a creer en Él, en el dios personal, el dios del que hablaba Ramón y que, de algún modo, también era el de mi padre, aunque él nunca lo llamaría dios personal, aunque él, de haber conocido a Ramón, le habría cruzado la cara por llenarnos la cabeza con tonterías.