Vio heridos que empezaban a recobrar su fuerza vital y sólo eran esbozos de hombres, espantosas caricaturas, andrajos humanos salvados de la tumba por las audacias de la ciencia; troncos con cabeza que se arrastraban por el suelo sobre un zócalo de ruedas; cráneos incompletos cuyo cerebro latía bajo una cubierta artificial; seres sin brazos y sin piernas que descansaban en el fondo de un carretoncillo como bocetos escultóricos o piezas de disección; caras sin nariz que mostraban, lo mismo que las calaveras, la negra cavidad de sus fosas nasales. Y estos medios hombres hablaban, fumaban, reían, satisfechos de ver el cielo, de sentir la caricia del sol, de haber vuelto a la existencia, animados por la soberana voluntad de vivir, que olvida confiada la miseria presente en espera de algo mejor.