Ochenta kilómetros nos separaban de nuestro primer destino si lograba conducir sin perderme. Era una de mis especialidades cuando me adentraba en carreteras desconocidas. Pero, gracias a ella, desde que aprendí a conducir había descubierto paisajes insólitos y pueblos maravillosos. Así es que, en el fondo, tenía que darle las gracias a mi pésimo sentido de la orientación.