Maribel era prescindible, nadie dependía de ella, no valía para nada; era, como casi todas, una mujer pequeña en una esquina pero, al mismo tiempo, ocupaba mucho espacio. Maribel no hacía falta, por eso era como un regalo especial, una ofrenda que te llenaba porque era gratis, porque era porque sí. Mi tía me cortaba la respiración.