Tuve que explicarle de nuevo mi espantoso descubrimiento, y las sospechas que desde hace tiempo poseo sobre el fenómeno: debe ser una clase de maldición que nos mantiene en un eterno juego de espejos del que no podemos escapar, un aterrador fenómeno demoniaco que aun las monjas con sus espejuelos mandados desde el Vaticano no han podido descubrir y destruir.