Verónica Moratta Baulies

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    Caperucita Roja salió en seguida para ir a casa de su abuela, que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre Lobo, a quien le entraron muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió, porque había algunos leñadores por la floresta. Le preguntó adónde se dirigía. La pobre niña, que no sabía lo peligroso que es detenerse a escuchar a un lobo, le dijo:
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    —Voy a ver a mi abuela, y a llevarle una torta con un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
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    —¿Vive muy lejos? —le dijo el Lobo.

    —¡Oh, sí! —dijo Caperucita Roja—. Al otro lado del molino que podéis ver allá lejos, en la primera casa del pueblo.

    —Pues bien —dijo el Lobo—, yo también quiero ir a verla; voy a tirar por este camino y tú por aquel, a ver quién llega antes.

    El Lobo echó a correr con todas sus fuerzas por el camino que era más corto, y la niña se fue por el camino más largo, entreteniéndose en coger avella
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    nas, correr detrás de las mariposas y hacer ramilletes con las florecillas que iba encontrando.

    No tardó el Lobo en llegar a la casa de la abuela. Llama a la puerta: «Toc, toc».

    —¿Quién es?
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    —Soy tu nieta, Caperucita Roja —dijo el Lobo, imitando la voz de la niña—, y te traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre te envía.

    La buena de la abuela, que estaba en la cama porque se encontraba un poco mal, le gritó:

    —Tira de la llave, que caerá el pestillo.1
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    El Lobo tiró de la llave y la puerta se abrió. Se arrojó sobre la buena mujer y la devoró en un periquete, pues hacía más de tres días que no había comido. Luego cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita Roja, que llegó un poco después y llamó a la puerta: «Toc, toc».

    —¿Quién es?

    Caperucita Roja, que oyó el vozarrón del Lobo, tuvo miedo al principio, pero, creyendo que su abuela estaba resfriada, respondió:
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    —Soy tu nieta, Caperucita Roja, y te traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre te envía.

    El Lobo le gritó, suavizando un poco la voz:

    —Tira de la llave, que caerá el pestillo.

    Caperucita Roja tiró de la llave y la puerta se abrió.

    El Lobo, al verla entrar, le dijo mientras se ocultaba en la cama bajo la manta:

    —Pon la torta y el tarrito de mantequilla encima del baúl y ven a acostarte conmigo
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    Caperucita Roja se desnuda y va a meterse en la cama, donde se queda muy sorprendida al ver el aspecto que ofrece su abuela en paños menores. Le dice:

    —Abuelita, ¡qué brazos tan grandes tienes!

    —¡Son para abrazarte mejor, hija mía!

    —Abuelita, ¡qué piernas tan grandes tienes!

    —¡Son para correr mejor, niña mía!

    —Abuelita, ¡qué orejas tan grandes tienes!

    —¡Son para oír mejor, niña mía!

    —Abuelita, ¡qué ojos tan grandes tienes!
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    Le preguntó adónde se dirigía. La pobre niña, que no sabía lo peligroso que es detenerse a escuchar a un lobo, le dijo:
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    Había una vez una niña de pueblo, la más bonita que hubieseis visto; su madre estaba loca con ella, y su abuela más loca todavía. Esta buena mujer encargó para ella una caperuza roja que le sentaba tan bien que todos la llamaban Caperucita Roja.

    Un día, su madre, que había cocido y hecho tortas, le dijo:
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