Peter Ross

Auld lang syne», la oda escocesa a las despedidas,

Whitby, por su vínculo con Drácula, se ha convertido en el hogar espiritual de esta particular tribu. El «dinero del terciopelo» es importante para la economía local. Los góticos, con sus medias de red, generan hoy en día más ingresos que los pescadores con sus redes. Incluso hay un hostal gótico, el Bats & Broomsticks,[6] donde los huéspedes desayunan a la luz de las velas y escuchan la música de The Damned mientras toman cereales. Como me dijo un lugareño: «Whitby necesita a los góticos para mantenerse en números negros».

En cuanto a la capilla, se convirtió en un local de conciertos, apuestas, boxeo y teatro antes de ser demolida. Su emplazamiento se encuentra debajo de la Escuela de Economía de Londres, unos cimientos adecuados para una institución dedicada al estudio de la llamada irónicamente «ciencia lúgubre»; después de todo, ¿qué podría ser más lúgubre que un lugar en el que los muertos se consideraban una mera mercancía, existencias desechables?

La canción «The ballad of Mairéad Farrell» es un lamento por una miembro del IRA abatida en 1988 por el Servicio Aéreo Especial (SAS) del Ejército británico en Gibraltar, a la edad de treinta y un años, mientras planeaba poner un coche bomba en un desfile de soldados británicos.

Uno de los artículos más vendidos en la pequeña tienda de regalos de Highgate es un molde para galletas con el perfil de Karl Marx.
—Antes de tener el molde, vendíamos montones de copias de El manifiesto comunista —me aseguró Nick Powell, responsable de gestión turística—. Esas ventas han caído en picado.
—¿Tuvo que pensarse mucho si la venta de los moldes sería un paso adecuado? —le pregunté.
—¿Se refiere a si vender estos objetos es una afrenta a Marx?
—Sí. Por hacer que el capitalismo pese sobre su imagen.
Powell se rio. Parecía pensar que la pregunta era absurdamente crítica, y quizá lo fuera, así que probé con otra:
—¿Ha hecho usted alguna vez galletas de Marx?
—Pues sí —asintió—. Para la barba usé glaseado. Estaban riquísimas.

Se sentó en el banco y comenzó a hablar del lugar que acabábamos de dejar. Dijo que los isleños tenían la costumbre de enterrar allí a los suicidas y a los niños sin bautizar; «una triste asociación —pensé—, la de los que no habían sabido nada de la vida con los que habían sabido demasiado de ella».

El deseo de descansar en la isla no se debe simplemente a su belleza, sino a que vincula al finado, en cuerpo y alma, a un pasado remoto. Recibir sepultura allí suele ser una expresión de fe y pertenencia: a la iglesia, a la familia, a la cultura general de las Highlands

Un seanachaí es un narrador, un portador de tradiciones, un bardo.

Junto con Hastings, Sandwich, Dover y Romney, Hythe pertenecía a la confederación medieval Cinque Ports, los cinco puertos que formaban parte del sistema de defensa naval de Inglaterra. Los grafitis medievales de los pilares muestran barcos, símbolos protectores, un dragón, un demonio y un gato. Se cree que algunas de esas pintadas las hicieron peregrinos que se dirigían al santuario de Tomás Becket en la catedral de Canterbury para dar las gracias por haber regresado de Francia sanos y salvos. Desde el punto alto del camposanto, entre tumbas talladas con anclas, se puede ver la brumosa Côte d’Opale.

Un cementerio es un lugar donde hacerse preguntas, incita a ello.