Toda criatura racional tiene la totalidad de la naturaleza por dote y patrimonio. Es suya, si esa es su voluntad. Puede deshacerse de ella, puede arrastrarse a un rincón y abdicar de su reino, como hacen la mayoría de los hombres, pero su constitución le otorga derecho al mundo. Se apropia del mundo en función de la fuerza de su pensamiento y voluntad.