Todo en nosotros empuja hacia la decisión, aunque se trate de una decisión equivocada, solo por librarse de la ansiedad que precede a todo gran paso que se da en la vida. No me equivoqué al presentir que, de darlo, aquel paso supondría para mí un cambio tan radical como el del matrimonio. ¡Ninguna mujer en los cuarenta puede permitirse el lujo de casarse con la persona equivocada, ni tener la casa equivocada y en el lugar equivocado! Así que lloré, pataleé y esperé a que la propia vida me ofreciera una señal. Desde el fracaso de dedicarme al teatro veinte años antes y la decisión de convertirme en escritora no había tenido que sufrir un cambio tan terrible como aquel. Me acobardé