Pero luego escuché: una oropéndola en lo alto de uno de los arces, cantándole a su hijo una canción.
No había escuchado una oropéndola desde que era una niña; en mi alterado estado, aquellas notas sonaron con extraordinaria resonancia. En realidad, me parecieron una señal. Y, además, entrelazada con la canción, oí el silencio. Cada vez que regreso allí sucede el mismo milagro. Traigo el mundo conmigo, pero en determinado momento el mundo se desmorona y entro en el silencio que restablece la vida