Fabrice Hadjadj

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    Es un “sígueme” antes que un “esto es lo que eres” o “esto es lo que hay que hacer”.
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    Puede que el mundo sea hostil, pero lo cierto es que las piedras están de nuestra parte: «Os digo que si estos callan gritarán las piedras» (Lc 19, 40); que los árboles están de nuestra parte: «Exultarán todos los árboles del bosque» (Sal 96 [95], 12); que los animales están de nuestra parte: «Bendecid, aves del cielo, al Señor (...) bendecid, fieras y ganados, al Señor» (Dn 3, 80-81).
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    ul Claudel, en El zapato de raso, afirma que es esta dimensión de alianza con todos los seres lo que distingue al católico del protestante:

    ¿Qué han pretendido esos tristes figurones de la Reforma sino reducir intransigentemente a un mero acto de fe el proceso de la salvación que se opera entre Dios y el hombre (...) entendido como una transacción personal y clandestina entre ambos, en un mezquino gabinete? (...) La Iglesia no se defiende únicamente con sus doctores, sus santos, sus mártires, con el glorioso Ignacio o con la espada de sus hijos fieles: ¡apela al universo entero! Atacada por los bandidos en un rincón de Europa, la Iglesia católica se defiende con el universo[6].
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    Más allá del optimismo y el pesimismo: la fortuna inesperada de haber nacido en nuestro tiempo

    Esta alianza más poderosa que cualquier enfrentamiento nos obliga a ver como una bendición el hecho de haber nacido en este tiempo y no en otro.
    La adhesión a un partido que quiere transformar el mundo siempre es o nostálgica o utópica.
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    Tomás de Aquino se muestra categórico en este sentido: «Por el acto de esperanza se siente inducido el hombre a la observancia de los preceptos»[9]. Donde deja de existir la esperanza, la moral no se sostiene.
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    Mientras que los organizadores de una excursión te facilitan amablemente la lista de cosas que te hacen falta, Él te ordena no olvidar lo que no te hace falta coger: «No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias, y no saludéis a nadie por el camino» (Lc 10, 4).
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    el Verbo se hizo carpintero
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    Hoy en día no basta con condenar un “individualismo exacerbado”, porque ya no estamos instalados siquiera en el individualismo, sino en el dividualismo; o, mejor dicho, el primero acaba llevando al segundo: desde el momento en que el individuo pretende construirse solo, lo único que hace es desligarse de su origen social, reducirse él mismo a un conjunto de piezas sueltas.
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    si el individuo se deja dividir tan fácilmente es porque antes se ha separado de su historia y de su genealogía, se ha situado como un sujeto aislado, sin pertenencia, sin apellido, antes átomo que autónomo; y, por lo tanto, incapaz de resistirse a las sirenas del mercado
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    si el dragón ataca con tanta facilidad a la mujer es únicamente porque el hombre no está ahí para protegerla. Por eso esa teología de la maternidad debe ir acompañada de una teología de la paternidad… y de la virilidad, pues el fundamento de la virilidad es la paternidad (y no la musculatura). El hombre esposo y padre se convierte en el defensor de su mujer y de sus hijos: podrá ofrecer su mejilla izquierda, pero no la de los suyos. Por eso tiene el deber de alzarse en armas en su legítima defensa, o bien de «tomar al niño y a su madre, y huir a Egipto» (cf. Mt 2, 13), cosa que requiere no menos coraje. Así pues, la segunda figura del apostolado apocalíptico es la del combatiente
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