Mi primer recuerdo está bañado en rojo. En brazos de una muchacha salgo por una puerta, el suelo que veo es rojo, y a la izquierda desciende una escalera que también es roja. Enfrente de nosotros, a la misma altura, se abre una puerta y por ella sale un hombre sonriente que viene hacia mí amablemente. Se me acerca, se para y me dice: —¡Enséñame la lengua! Yo saco la lengua, él mete la mano en el bolsillo y extrae una navaja, la abre, acerca el filo a mi lengua. Dice: —Ahora le cortamos la lengua. No me atrevo a retirar la lengua, él se me acerca más y más, pronto la rozará con la hoja. En el último momento aparta el cuchillo y dice: —Hoy todavía no, mañana. Vuelve a cerrar la navaja y se la guarda en el bolsillo.4
Hoy todavía no. Si vinculamos el título de su obra, la lengua salvada, con la idea del saber que debe mostrarse, identificamos el problema de la voz irradiando su sonoridad por la lengua. Si nos cortan la lengua no podremos hablar ni nos saldrá la voz hacia fuera. La lengua también es una manera de no esconder el saber como si fuera un secreto ávido de venganza. La voz se imposta para impedir que el silencio retorne violentamente. Por eso decimos: arrancó a hablar, estalló en sollozos, interrumpió la conversación.
La lengua fue salvada por la voz única de la literatura. El autor rescató la tonalidad perdida de sus primeros años de juventud, su voz singular e inclasificable: la voz de un gran escritor.