Hiroko Oyamada

Este año cumplo treinta. La verdad es que me habría gustado tener un trabajo fijo, aunque fuese una vez en la vida.»

Anda, pues… ¡qué suerte! ¿O no debería decir que es una suerte?»,

Hundí el sobre con el dinero en el fondo de mi bolso. No me dieron ganas ni de gastarlo ni de ingresarlo en el banco. De hecho, todavía sigue ahí. De haber continuado trabajando como es debido a lo mejor me habría ganado el «obsequio apreciativo» del verano

«Entonces… ¿vas a ser ama de casa? —Mi compañera abrió aún más los ojos—. ¡Es de ensueño!» «¿De ensueño? ¿Te parece de ensueño?» «Claro que me lo parece, que te mantengan y que puedas dedicarte a las cosas de la casa tranquilamente, a la jardinería, a hacer pan… me encantaría, ¡me encantaría!»

, es que no es como si se lo pudiésemos pedir. ¡Te entiendo perfectamente! Yo tampoco puedo decírselo, aunque me gustaría. Me gustaría decirle que cocine.

Claro, es que no es como si

«Claro, es que no es como si se lo pudiésemos pedir. ¡Te entiendo perfectamente! Yo tampoco puedo decírselo, aunque me gustaría. Me gustaría decirle que cocine

En cambio, sí que pensaba a menudo que era demasiado y que me quitaba mucho tiempo para lo poco que me pagaban. Estaba bastante cansada…

sufrió tal acoso psicológico por parte de su superior que tuvo que pedir ayuda profesional a un terapeuta.

Al mediodía las contratadas salían a comer. Por el contrario, las temporales comíamos sin levantarnos de la silla. Era una regla tácita. Si una empleada fija comía en su mesa de trabajo era porque o bien tenía mucho que hacer, o había tenido algún problema con su grupo habitual de amigas. No es que nos evitásemos, algunas incluso me caían bien, simplemente veníamos de lugares muy distintos. Seiscientos o setecientos mil yenes contra treinta mil.