Farly venía a visitarme los fines de semana y se comía con los ojos a los cientos de chicos diferentes que andaban por la calle y llevaban bolsas de deporte y sticks de hockey al hombro. Le parecía que tenía una suerte increíble de poder sentarme en los bancos de la iglesia cada mañana tan cerca de ellos, pero a mí me parecía que los chicos de verdad eran bastante decepcionantes. No eran tan divertidos como las chicas que había conocido allí, ni tan interesantes ni buenos. Y, por algún motivo, nunca podía llegar a relajarme cuando estaban cerca.