Quiero a los americanos por éstas y por muchas otras razones que no digo. Su sentido de la humanidad, su generosidad, la simplicidad honesta y pura de sus ideas, de sus sentimientos, la franqueza de sus modales despertaban en mí la ilusión, en aquel terrible otoño de 1943, tan lleno de humillaciones y luto para mi pueblo, de que los hombres odian el mal, la esperanza en una humanidad mejor, la certeza de que sólo la bondad (la bondad y la inocencia de aquellos magníficos muchachos del otro lado del Atlántico, desembarcados en Europa