Yo voy a encontrar una sustancia química que cure la difteria!», proclamó, e inoculó a todo un rebaño de conejillos de Indias con cultivos de virulentos bacilos de difteria. Los conejillos enfermaron, y a medida que su estado empeoraba, fue inyectándoles distintos compuestos químicos. Probó con caras sales de oro, probó con naftilamina, ensayó con más de treinta sustancias diferentes, tanto habituales como raras. Creía, cándidamente, que como aquellas sustancias podían matar microbios en un tubo de ensayo sin dañar el tubo, también combatirían los bacilos de difteria bajo la piel del conejillo de Indias sin acabar con el conejillo. Pero, ¡ay!, en vista del matadero de conejillos de Indias en que se había convertido su laboratorio, cabría suponer que se daba cuenta de la escasa diferencia que había entre los mortíferos microbios y sus curas igualmente letales