Anita Blackmon

—Probablemente llevaba semanas ahí tirado —comentó con actitud desafiante.

—Por eso está todo oxidado —respondí con evidente sarcasmo.

El cortafrío no estaba en absoluto oxidado. Parecía completamente nuevo.

Lo único que podemos hacer es poner manos a la obra y esperar lo mejor.

Él arruinó tu vida, cariño, igual que arruinó la mía. Tenías que matarlo, ¿verdad? Mamá sabe que tenías que hacerlo.

—Lo están, de eso no hay duda —admitió a regañadientes—. Pero que me ahorquen si sé cómo.

Lo están, de eso no hay duda —admitió a regañadientes—. Pero que me ahorquen si sé cómo.

—Hay un límite para la cantidad de halagos que puedo soportar —le advertí.

Hay un límite para la cantidad de halagos que puedo soportar —le advertí.

—Jamás había creído en fantasmas —dijo secándose la frente—, pero nunca es uno demasiado viejo para aprender algo nuevo.