Hay dos insultos futboleros que siempre me llamaron la atención. A uno lo llamaré ontológico y es cuando uno le grita a otro: «No existís». Es un insulto muy llamativo: no habla de la impotencia, ni de la maldad, ni de la fealdad. Simplemente niega la existencia del adversario. El otro insulto es el que tiene que ver con este capítulo y lo llamaremos deontológico y sucede cuando una hinchada le grita a la otra: «Hijos nuestros». Esa expresión no se refiere a que un equipo le gane al otro, sino a que el equipo insultado no puede no perder. El hijo tiene culpa de enfrentar al padre y por eso no puede ganarle. No importa si es o no mejor, más habilidoso o está mejor preparado. No puede ganar. Llamar a otros «hijos nuestros» es declarar que la sola presencia del ganador le infunde miedo al perdedor. Que unos, por ser quienes son, nunca van a poder ser derrotados. Porque un hijo ama a su padre y no importa quién es ese padre, hay culpa y hay vergüenza a la hora de derrotarlo. No es algo que pueda hacerse fácilmente.