Chiki Fabregat

Solo me alejé caminando por la cornisa y, cuando supe que no podía verme, corrí, como había corrido cada vez que la vida me pedía que creciese, que fuese fuerte.

Querer es un verbo tan humano, tan de vivos, que no creo haberlo conjugado desde que llegué aquí. ¿Amigos? No tenía tiempo de explicarle que los vivos sustituyen un amor por otro para que no les duela, que la vida es tan corta que nadie debería malgastarla recordando a los que ya no están. Y que, por más que lo intenten, terminan olvidando.

Después de todo, él era un ángel y yo su esclavo,

Después de todo, él era un ángel y yo su esclavo, aunque a veces

me creyese la mentira de que éramos amigos.

He sido testigo de besos de amor, de disculpa, de despedida y hasta de besos por dinero, pero aquel era un beso refugio, de esos en los que cobijarse para que el mundo no duela.

—¿Sabes? Cuando llueve con esa lluvia mansa que lo empapa todo sin hacer ruido, los hombres dicen que los ángeles están llorando. No es verdad, Naim, jamás lloramos. No sentimos dolor, ni culpa, ni remordimiento. Ni miedo.
—¿Entonces por qué lo haces?

Comprendí en ese instante que cuando nos separásemos iba a sentir un dolor del que jamás podría recuperarme y que ese momento iba a llegar, me fuese yo o se fuese ella

—Me habría encantado conocerte cuando estabas vivo.

La muerte es impuntual y caprichosa y, aun así, nadie se queja cuando llega tarde