Los vi alejarse por el callejón mientras protegía con una mano mis ojos de los rayos del sol, que brillaban con más fuerza que nunca.
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen», pensé.
Aturdido aún por lo sucedido, me pregunté qué habría pasado si Jesús hubiese perdido los nervios y, harto, hubiese tirado al suelo la cruz que llevaba a las espaldas. ¿Qué habría pasado si, en lugar de aceptar su destino y morir por nuestros pecados, se hubiese rebelado contra los romanos? Luego me di cuenta de que mis pensamientos eran bastante blasfemos y sacudí la cabeza para sacarlos de ahí.