Lo curioso es que deseábamos tanto como temíamos que llegara el más mágico de los despertadores. Sabíamos que después de aquella fiesta, justo al día siguiente, nos esperaba el colegio y un invierno interminable. Por eso, según avanzaba la tarde del 6 de enero, el mundo iba apagándose, borrándose, desapareciendo, para un chico de siete años. Cuánto envejece un niño la tarde de Reyes, Dios santo.