Luis Chitarroni

  • Pablohas quoted8 months ago
    EL ARTE DE LA BIOGRAFÍA tiene modales y modelos
  • Pablohas quoted8 months ago
    Nada, ni siquiera nuestra soberbia humana, nos asegura que la aprehensión de la vida de un sujeto tenga que ver con la capacidad de acumular datos sobre él. La creencia contraria nos llevaría a afirmar que los mejores biógrafos son los empleados de los servicios de inteligencia.
  • Pablohas quoted5 months ago
    “¡Qué modo tan interesante de escribir tiene Izumi Shikibu!”, dijo, y al cabo de un suspiro de nueve siglos, agregó: “¡Pero qué persona tan falta de tacto es!”.
  • Pablohas quoted5 months ago
    Como la historia del mundo también está en tercera persona, nadie ha podido responder si el Diario pertenece a ciencia cierta a Izumi.
  • Pablohas quoted5 months ago
    El riesgo de los escritores occidentales cuando rememoran es recordar demasiado; el de los orientales, recordar demasiado poco.
  • Elizabeth Alvarez Joséhas quotedlast year
    Y aunque aún no tuviera formados los oídos, podía premoldearlos con las cosas elevadas de este mundo.
  • Elizabeth Alvarez Joséhas quotedlast year
    las vías misteriosas del deseo materno: puede recaer en el hijo equivocado.
  • Elizabeth Alvarez Joséhas quotedlast year
    Una vez que aprendí a girar la llave, saqué los libros uno a uno. Los usé de juguete, de carrito para treparme, de babero ensalivado, me les acerqué sin entenderles. Quizás mis padres estaban muy ocupados cocinando, limpiando o peleándose, ninguno me lo prohibió. Después los abrí, pasé las páginas y señalé las figuritas y esperé. Quieres saber qué dice, ¿no? Y me leían. Es una ba-lle-na. Azul sonriente atravesaba el aire por encima de un charco. Este es el sol. La hormiga. El agua de azahar. El remedio. El flotador. El pacae.
  • Elizabeth Alvarez Joséhas quotedlast year
    Una de las mayores sorpresas de la infancia es descubrir que nadie puede saber lo que estás pensando…
  • Elizabeth Alvarez Joséhas quotedlast year
    Visitaba la biblioteca del colegio y me prestaba un libro nuevo cada día. Leía boca abajo en la cama, yéndome sin irme, la mente de viaje, en la antípoda de la ciudad o por fuera de la Tierra. Lecturas caóticas, antojadizas, sobrevivientes: debía quedarme en casa y necesitaba estar a la vez en otro lado. Subrayaba con lápiz alguna palabra nueva —delicada línea que borraba antes de devolver el libro— y la trasladaba a mi cuaderno bajo otra lista: “Palabras que quiero usar alguna vez”. En esa época, la persona que más me cuidó sin nunca saberlo fue Hane, la bibliotecaria.
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