Como Pfungst describió en su libro de 1911, no se equivocaban: la postura del interrogador, así como su respiración y expresión facial, cambiaban sutilmente cuando los golpeteos de Hans alcanzaban la respuesta correcta, lo que lo hacía parar justo en ese momento.4 Pfungst probó esta hipótesis más tarde en sujetos humanos y confirmó sus resultados. Para él, la parte deslumbrante de este descubrimiento era que, por lo general, los interrogadores no sabían que le estaban dando pistas al caballo. La solución al enigma de Clever Hans, escribió Pfungst, eran las indicaciones inconscientes de los interrogadores.5