El abuelo se quedaba dormido en medio de la lectura y entonces yo, sonámbula, repetía en voz baja retazos de su trabalenguas todopoderoso. Samaria, Galilea, Jacob, Raquel, Bodas de Caná, lago Tiberíades, María de Magdala, Esaú, Getsemaní, retahíla de nombres sonoros que rodaban bienhechores por mi alcoba a oscuras, cargados de siglos y de misterios. Los había también pavorosos, como las palabras «mane teselfares», que aún no sé qué significan pero que presagian la destrucción, o como éstas otras, «noli me tangere», durísimas, dichas por Jesús resucitado a Magdalena.