Los argumentos que había aducido eran que hablar era propio de las mujeres, que intentaría moderarme un poco, pero que lo más probable era que la costumbre de hablar no se me quitara nunca, ya que mi madre hablaba tanto como yo, si no más, y que los rasgos hereditarios eran muy difíciles de cambiar.
ESTA TÍA ES UNA MAQUINA