De manera muy extraña, me había enamorado de mi depresión. La doctora Sterling tenía razón en ese aspecto. La amaba porque pensaba que era lo único que tenía. Estaba convencida de que la depresión era la parte de mi carácter que me hacía interesante. Me tenía en tan poca estima, notaba que tenía tan poca cosa que ofrecer al mundo en general, que lo único que justificaba mi existencia era mi agonía.