Enya Reynoldi

Ambos podíamos ser idiotas en esta relación; aún así teníamos un lazo difícil de romper y él era la única persona con la que podía ser yo misma sin ser juzgada.

Asintió con entendimiento y, en un movimiento inseguro, ubicó su gran mano sobre la mía. La suya era cálida, mientras que la mía parecía un trozo de hielo comparada con la de él.

Estaba avergonzada por haberme quebrado frente a él, pero al mismo tiempo estaba cómoda.

No me gustaba admitirlo, pero me encantaban las sorpresas.

Además, yo nunca estaba incómoda con él, ni siquiera al despertarme a su lado. Nunca lo había hecho, desde el primer día; estar en el mismo ambiente en que él estaba solo me hacía sentir cómoda. Solo esperaba que yo lo hiciera sentir, de algún modo, de la misma manera.

No sé por cuánto tiempo nos quedamos mirando a los ojos con las manos agarradas, pero sentí que pasó una eternidad. Era todo tan extraño. Y no exactamente de una mala manera, era algo raro, pero bueno. Algo que me gustaría repetir una y otra vez.

Evan era, por lejos, el hombre más amable, bueno y gentil que jamás había conocido.

¿Por qué todo en él era así? Amable, gentil, suave, cálido.

—Estás haciendo muchas promesas.

—Y cumpliré cada una de ellas. Nunca rompo mis promesas.

estábamos juntos, cuando al mismo tiempo no éramos nada más que unos conocidos con extraños sentimientos.