Hasta entonces, Napoleón había vencido siempre, porque siempre se había batido con ejércitos profesionales en batallas campales, un arte en el que nadie parecía capaz de superarle. En España hubo también batallas, pero lo importante no fueron las batallas, sino una nueva forma de hacer la guerra en la que cada hombre, cada mujer y cada niño eran un enemigo, y cada palmo de terreno, un lugar hostil. La guerrilla, vocablo que los españoles regalaron al léxico universal de la guerra, imponía al ocupante una pesada carga, pues el enemigo no se dejaba ver, pero estaba siempre ahí; no podía ser vencido, porque no presentaba batalla; y, sin embargo, las ganaba todas, porque forzaba a las tropas regulares a una continua actividad que las desgastaba, las desmoralizaba y las mantenía ocupadas sin que nada pudieran hacer por evitarlo