Ya en 1431, la celebración en Florencia, al norte de Italia, del decimoséptimo Concilio Ecuménico de la Iglesia católica, que sueña con la reunificación de las ramas latina y griega de la Cristiandad, trae a la capital del Arno la herencia de la cultura clásica, nunca perdida por completo en tierras de Bizancio. No mucho más tarde, en 1439, abre sus puertas la Academia Platónica Florentina, que con el tiempo congregará a los más célebres humanistas italianos, y las ideas del célebre filósofo ateniense empiezan por fin a competir con las de su alumno Aristóteles, verdadero señor intelectual de la Edad Media, por la hegemonía en el marco de la cultura occidental. Por fin, en 1453, la caída en poder de los turcos de Constantinopla, capital del agonizante Imperio bizantino, envía hacia Italia una nutrida avalancha de intelectuales helenos que traen consigo no sólo su nunca olvidado conocimiento de la Antigüedad clásica, sino también muchos originales de obras griegas inéditas en Occidente