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Luis E. Íñigo Fernández

  • b1189908193has quoted2 years ago
    José Luis Ibáñez Salas

    Director de la colección Breve Historia
  • Jimenahas quoted2 months ago
    posee un cerebro cuyo volumen medio es de mil trescientos cincuenta centímetros
  • Benjamin Melgarejo Reichelthas quoted2 years ago
    A grandes rasgos, la revolución, lo mismo en Francia en 1789 que en las trece colonias americanas en 1776 o en España en 1812, la provocó una disfunción, o, en otras palabras, un desajuste. Ese desajuste nacía de la distinta velocidad a la que se habían transformado en los países occidentales, a lo largo de todo el siglo XVIII, la sociedad y el Estado
  • Benjamin Melgarejo Reichelthas quoted2 years ago
    La burguesía pondría la cabeza; el pueblo, sin saberlo, el músculo.

    De nada habría servido si los líderes burgueses no hubieran sabido a dónde querían ir. Pero lo sabían muy bien. Las ideas liberales que abrazaban contaban ya con varias décadas de existencia. La revolución de las colonias inglesas de Norteamérica, cuyo gobierno había empezado a ponerlas en práctica, les ofrecía un ejemplo de cómo hacer las cosas.
  • Benjamin Melgarejo Reichelthas quoted2 years ago
    Hasta entonces, Napoleón había vencido siempre, porque siempre se había batido con ejércitos profesionales en batallas campales, un arte en el que nadie parecía capaz de superarle. En España hubo también batallas, pero lo importante no fueron las batallas, sino una nueva forma de hacer la guerra en la que cada hombre, cada mujer y cada niño eran un enemigo, y cada palmo de terreno, un lugar hostil. La guerrilla, vocablo que los españoles regalaron al léxico universal de la guerra, imponía al ocupante una pesada carga, pues el enemigo no se dejaba ver, pero estaba siempre ahí; no podía ser vencido, porque no presentaba batalla; y, sin embargo, las ganaba todas, porque forzaba a las tropas regulares a una continua actividad que las desgastaba, las desmoralizaba y las mantenía ocupadas sin que nada pudieran hacer por evitarlo
  • Benjamin Melgarejo Reichelthas quoted2 years ago
    Porque, y eso era lo que Napoleón no había entendido, mientras el país quedaba arrasado por la guerra, la Nación veía la luz, tomaba conciencia de sí y expresaba su voluntad de existir y de gobernarse. El pueblo, a la par que mostraba su entero rechazo a ser regido por un monarca extranjero e impuesto, se erigía en depositario de su propia soberanía, arrojada a los pies de los caballos del invasor; se constituía en juntas en cada villa, en cada ciudad, y enviaba representantes a las capitales para reconstruir así el edificio de la verdadera nación política que el Estado títere del rey José había tratado de menospreciar. Secuestrado el rey que la ostentaba, la soberanía había vuelto al pueblo, que no podía sino ejercerla como siempre lo había hecho, convocando unas Cortes. Por ello, la Junta Suprema, emanación última de las locales y provinciales, resignó sus poderes en una Regencia colectiva que asumió la misión de reunirlas. Pero tras el aparente respeto a la legalidad tradicional latía el deseo de aprovechar la ocasión que la historia había brindado para superar las contradicciones insalvables del viejo Estado. La guerra traería la revolución. Pero su motor no era la guerra, sino la Nación, y sería esa la fuerza que al final derrotase de forma definitiva al invencible corso.
  • Benjamin Melgarejo Reichelthas quoted2 years ago
    Pero ¿acaso era posible frenar el avance de la historia? Mientras los soberanos absolutistas trataban de congelar la política, la economía y la sociedad seguían cambiando, y era cuestión de tiempo que el desajuste entre una y otras fuera tan grande que, en total ausencia de reformas, la revolución regresara para resolverlo. Y eso fue lo que sucedió. En tres oleadas sucesivas, la revolución volvió a recorrer las tierras de Europa. Una vez más, las crisis de subsistencias, que alimentaron el descontento de las clases populares, fueron el disparador; el liberalismo y el nacionalismo proporcionaron las ideas, y la burguesía, el liderazgo
  • Benjamin Melgarejo Reichelthas quoted2 years ago
    La Restauración había concluido; las dos grandes fuerzas que habrían de modelar la Europa del siglo XIX, el liberalismo y el nacionalismo, habían triunfado, y aunque aún eran muchos los que miraban con nostalgia el todavía cercano esplendor del Antiguo Régimen, también lo eran los que habían aprendido que, como escribiera Karl Marx en su libro El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, el pasado puede repetirse, pero la primera vez lo hará como tragedia y la segunda, como farsa. La Europa de la Restauración había sido ambas cosas.
  • Benjamin Melgarejo Reichelthas quoted2 years ago
    Ahora bien, dado que la Nación que postulaban los teóricos liberales no existía en la realidad histórica, pues todos los estados europeos no eran, en mayor o menor grado, sino heterogéneos agregados de territorios en ocasiones muy distintos en lengua, cultura e instituciones que los azares históricos de la guerra y los matrimonios dinásticos habían reunido bajo la misma testa coronada, había que crearla de la nada. Toda Nación debía ser un Estado; todo Estado debía ser una Nación. Era necesario, por tanto, ir del Estado a la Nación
  • Benjamin Melgarejo Reichelthas quoted2 years ago
    Diametralmente opuesta es la visión del nacionalismo étnico o cultural. Para quienes lo propugnan, la Nación es un ente de naturaleza espiritual que existe por sí misma, con independencia de la voluntad de quienes la integran. La Nación existe porque existe un espíritu nacional, un Volksgeist, del que, lo deseen o no, están imbuidos todos sus hijos e hijas y que se manifiesta en aspectos ajenos a la razón y a la voluntad, como la raza, la lengua, la historia y la cultura.
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