Los que se agotan a diario.—A estos jóvenes no les falta carácter ni talento ni ganas, pero nunca se les ha dado tiempo para que se marquen una dirección; es más, se han acostumbrado desde su infancia a recibir una dirección ya dada. Antes, cuando estaban maduros para «ser enviados al desierto», se hizo con ellos algo diferente —se les utilizó, se les sustrajo su encuentro con ellos mismos, se les educó para agotarse a diario, se hizo de ellos un sistema de deberes— y así ahora no pueden prescindir de ellos ni quieren otra cosa. Pero a estas pobres bestias de carga no se les puede privar de «vacaciones» —como se llama ahora a ese ideal de ocio obligado, propio de un siglo tan cargado de trabajo—, en las que pueden holgazanear con buena conciencia y comportarse de un modo estúpido y pueril.