a idea misma de progresión (o de evolución) es poco adecuada para explicar la producción vareliana, no tanto porque su lengua pareciera, como lo observó la crítica, desde sus primeros libros, una lengua plenamente constituida y eficaz, sorprendentemente madura, y que a largo de la obra se hubiera mantenido inmodificada (eso es imposible, no hay nada más vivo que una lengua). Esto pasa, más bien, porque la preocupación esencial (que sí se mantiene, que alimenta tanto sus primeros como sus últimos versos), es decir, la exploración bajo diferentes ángulos y contextos de un mismo objeto, la existencia, no como reflexión sino como experiencia de un(a) sujeto, no puede concebirse en la proyección: la vivencia, la realidad es el túnel no la salida de este. Dicha realidad no entra en consideración, no es imaginable ni representable: «se trata de darle nombre a todas las sombras, a todos los fantasmas de ese túnel; de domesticarlos con la palabra o con el canto, de confundirnos con ellos, de ser ellos, de asumirlos» (Varela, 1985, p. 87).