Sin embargo, por debajo de aquel presente fresco e inesperado y de la feliz espera, amenazaba una sombra obstinada y permanente, pertinaz, que acechaba oculta tras los sonajeros y la ropita que esperaba su hora. Aquella sombra indefinida no era un obstáculo paralizante, sino más bien algo molesto, pero conseguía ponerle de mal humor. Como una promesa incumplida que no se recuerda a quién ni cuándo se hizo. Como un asunto insignificante dejado siempre para más tarde y jamás concluido. O unas palabras ofensivas a las que no se respondió en el momento y que después martillean en la cabeza una y otra vez, como un eco, en busca de la mejor respuesta, la más envenenada.