Las rocas islandesas más antiguas se remontan apenas a entre quince y veinticinco millones de años atrás: si se condensa la historia geológica de nuestro planeta en un año solar, Islandia haría su aparición en la medianoche del 30 de diciembre, o sea, después de que las placas tectónicas norteamericana y euroasiática hubieran empezado a alejarse la una de la otra dando lugar al Atlántico septentrional. Las erupciones islandesas se producen exactamente a lo largo de esa fractura: allí es donde se produce la tierra nueva, y es así como la isla continúa creciendo, una media de dos centímetros al año, de suroeste a nordeste, adoptando la forma que más conviene a los elementos.