MAJESTUOSO, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondula-ba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó: