La habitación del sótano estaba oscura y caliente, como el interior de un tarro sellado, pensó Millicent, mientras sus ojos se acostumbraban a la extraña penumbra. Las telarañas ablandaban el silencio, y, a través de la ventanita rectangular abierta en lo alto de la pared de piedra, se filtraba una débil luz azulada que debía de venir de la luna llena de octubre. Ahora veía que estaba sentada encima de una pila de leña, al lado de la caldera.