Mi madre nació y creció en la misma casa mordida por el mar; recordaba días de naufragios, cuando la gente del pueblo rebuscaba entre los pecios que las olas arrastraban como en un mercado: teteras, rollos de tela empapada, el zapato solitario, lúgubre. Pero, que ella recordase, jamás un marinero ahogado. Iban directos al fondo del mar. Aun así, ¿qué no legaría el mar? No perdía la esperanza. Las pepitas de cristal marrones y verdes abundaban, las azules y rojas escaseaban: ¿faroles de barcos destrozados? O corazones de botellas de cerveza y whisky batidos por el mar. No había forma de saberlo.