Un electrón, explicó Heisenberg, no existía en un solo lugar, sino en muchos; no tenía una velocidad, sino múltiples. La función de onda mostraba todas esas posibilidades superpuestas. Heisenberg había olvidado toda la maldita discusión entre ondas y partículas, y se había centrado una vez más en los números para encontrar el camino. Analizando las matemáticas de Schrödinger y las suyas, había descubierto que ciertas propiedades de un objeto cuántico –como su posición y su cantidad de movimiento– existían de forma pareada, y obedecían a una extrañísima relación. Cuanto más precisa era la identidad que adoptaba en una de ellas, más incierta se volvía la otra