La construcción de la vida está en este momento mucho más dominada por el poder de los hechos que de las convicciones. Y de hechos que casi nunca ni en ninguna parte han devenido en base de convicciones. En circunstancias como éstas, la verdadera actividad literaria no puede tener la pretensión de desarrollarse en el marco literario; esto es, más bien, la habitual expresión de su infructuosidad. La eficacia literaria relevante sólo puede surgir en la estricta alternancia entre la acción y la escritura; debe plasmar en octavillas, folletos, carteles y artículos de periódico las formas más modestas, más acordes a su influencia en comunidades activas que el exigente gesto universal del libro.