La mirada infantil está instalada en ese asombro pleno al que se refiere la autora: es mirada que no opina, no explica ni concluye. Mirada de niño, en definitiva, que sabe que, como nos recuerda Flaubert, para que una cosa sea interesante, basta con mirarla durante mucho tiempo. Los adultos, sin embargo, tal vez porque somos incapaces de aceptar el misterio, buscamos interpretar lo que vemos, cubrirlo de palabras que nos mantengan a salvo. Porque, ante lo desconocido, un adulto no se queda jamás sin respuestas: nuestra concepción del mundo se basa en buscar a todo un significado, una explicación, un sentido.