Cristina Gómez-Baggethun

Caracola, que era la que hacía guardia, gritaba cada dos por tres que llegaban los bandidos y se moría de la risa cuando empezábamos a disparar por las ventanas y, sobre todo, cuando el abuelo usaba el rodillo de bazuca

La tía abuela ya tenía una pila de gofres sobre la mesa y, de vez en cuando, agitaba un trapo de cocina para que las oleadas del olor nos llegaran a la ventana. Se me puso la piel de gallina por todo el cuerpo. Nos quedamos callados como tumbas mientras veíamos la pila de gofres crecer y crecer. Hasta el abuelo tuvo que sentarse mientras miraba abatido por la ventana

Al cabo de diez minutos, el abuelo enganchó una funda de almohada a la punta del palo de la escoba y sacó la bandera blanca por la ventana del dormitorio. Nos rendimos

Las guerras de mentira están bien, pero la paz es mejor. Eso fue lo que pensé cuando por fin me senté en el jardín a comer gofres con la tía abuela

Oye, si sois hermano, ¿cómo es que él está tan flaco y tú tan gorda? —preguntó Lena entre dos mordiscos mientras miraba al abuelo y a la tía abuela

El abuelo se arrodilló ante la más pequeña de sus nietos y le suplicó con las manos. Caracola lo miró asombrada.
—No he montado en la vespa —dijo bien alto y claro.
El abuelo dejó caer las manos y suspiró aliviado. Creo que a mi madre le pasó lo mismo allá, en su encuentro de coros.
—Qué bien —dijo con voz tierna—. ¿Y entonces qué has hecho, bonita?
—He ido en el cajón de la vespa —dijo Caracola

Lena sólo cumple años una vez al año, como todo el mundo, pero en su caso da la impresión de que es más frecuente porque habla de su cumpleaños a todas horas. Ahora, por fin, se acercaba la fecha

Sí, fíjate. ¿Y qué te pides para tu cumpleaños? —le preguntó su madre.
—Un papá

Tú eres el que está enfermo? —me preguntó cuando recobró el equilibrio.
—No, yo ya he pasado la varicela —respondí muy orgulloso y luego le señalé a Lena en la cama.
Si no lo hubiera hecho, creo que el médico se habría sentado encima de ella

Miró al médico como si se hubiera caído del cielo, luego se restregó los ojos y volvió a mirarlo. A continuación cogió impulso y gritó exultante:
—¡Un papá