Se trabaja en casa con el portátil, obviamente, pero con el ritmo de un pintor más que con el de un empleado: un esprint de concentración intensa delante del ordenador se alterna con un paseo, una videollamada con un amigo que propone un proyecto, un intercambio de comentarios ocurrentes en las redes, una vuelta por el mercado ecológico de debajo de casa. Los días son largos; las horas trabajadas, al final, probablemente sean más que las de un empleado. Pero, a diferencia de este último, las horas no cuentan, porque, en este tipo de vida, el trabajo desempeña un papel importante sin llegar a ser una opresión o un chantaje. Más bien al contrario: el trabajo es fuente de crecimiento y estímulo creativo, el ritmo de fondo para la melodía del placer.