sacerdotes invocar a Tlaloc, dios de los hongos, y tuve visiones trascendentales. Así pues, estoy totalmente de acuerdo con R. Gordon Wasson, el descubridor norteamericano de este antiguo rito, en que las ideas europeas sobre el cielo y el infierno pueden muy bien provenir de misterios similares. Tlaloc fue engendrado por el rayo, como lo fue Dioniso (véase 14.c), y en el folclore griego, como en el masateca, todos los hongos tienen el mismo origen; de ahí que en ambos idiomas se les llame proverbialmente «alimento de los dioses». Tlaloc llevaba una corona de serpientes, tal como Dioniso (véase 27.a). Tlaloc tenía un lugar de refugio bajo el agua, y Dioniso también (véase 27.e). Posiblemente la salvaje costumbre de las Ménades de arrancar la cabeza a sus víctimas (véanse 27.f y 28. d) se refiera alegóricamente a arrancar la cabeza de los hongos sagrados, ya que en México jamás se come el tallo. Leemos también que Perseo, rey sagrado de Argos, abrazó el culto a Dioniso (véase 21.i) y dio nombre a Micenas por un hongo que encontró en aquel lugar, debajo del cual brotaba una corriente de agua (véase 73. r). El emblema de Tlaloc, como el de Argos, era un sapo. En el fresco de Tepentitla aparece Tlaloc, y de la boca del sapo brota una corriente de agua. Por tanto, ¿en qué época entonces entablaron contacto las culturas de Europa y América Central?
Estas teorías requieren una investigación más a fondo, por lo que no he incluido mis últimos descubrimientos en el texto de la presente edición. Agradecería de todo corazón la ayuda de algún experto en la materia