Para mí, la revolución nunca fue un pasatiempo de juventud, algo esporádico, hasta que llegara el momento de «sentar la cabeza»; no fue un club de moda con una jerga de reciente creación, ni tampoco una nueva forma de vida social, emocionante por el riesgo y la lucha que implicaba y atractiva por un estilo de vestir diferente. La revolución es una cosa seria, la más seria en la vida de un revolucionario. Cuando uno se compromete en la lucha, debe ser para siempre.