Rousseau asume con total franqueza la necesidad de ornamentar —imaginar, conjeturar, fantasear— ahí donde hay huecos. Y esta confidencia de invitar a la ilusión a formar parte del relato será no solo su mayor confesión, sino que va a habilitar la introducción de la invención, abriendo así la puerta a la autoficción. Al declarar que en sus relatos ha supuesto verdadero lo que «podía haberlo sido, jamás lo que era falso», Rousseau está dejando claro un dato fundamental para toda empresa autoficcional: la importancia de que toda invención se aproxime siempre a la realidad. Insistir en que todo ornamento corresponda a lo que «podía haber sido» es insistir en la importancia de la verosimilitud. Rousseau nos invita a desprendernos de lo real y a inventar relatos posibles, pero cuidando la credibilidad.