Lídia es una mujer cada vez más irritable, y me cuesta reconocer en ella indicios de la seguridad que me transmitía antes. Está molesta con una vida que se ha portado la mar de bien con ella. Hay personas que brillan cuando hay conflictos que resolver, pero que cuando las cosas van bien se marchitan, se aburren y se apaga el halo que las hacía especiales. No sirve de mucho no querer aceptar que la amistad también envejece, como los libros, como las películas, que de repente parecen tan obsoletos. El pensamiento me hace sentir miserable. Pero no puedo permitirme perder a más personas queridas, así que me obligo a seguirle el juego.