Las pirámides eran alardes brutales, en palabras de un de historiador, «los más grandiosos símbolos del poder autoritario jamás construidos»,332 pero no eran únicamente monumentos al poder absoluto. Eran máquinas que tenían como propósito transportar a los faraones a la vida de ultratumba. Una maquinaria asombrosamente ineficiente —la momia marchita en el corazón de la Gran Pirámide pesaba poco más de veinte kilos, y la montaña hecha por la mano del hombre que la albergaba pesaba más de dos mil toneladas.333 Pero ¿quién pondría objeciones a los números cuando el premio era la inmortalidad?